45) LEER ES RESISTIR
A partir del hallazgo de un libro litúrgico judío en el mercado de pulgas de Berlín, el ensayista argentino Alberto Manguel remonta el circuito secreto de los libros en los campos de exterminio nazi. (*)
(*) de Alberto Manguel
me reconfortaba en mi desesperación; me decía que no estaba solo".
“Mágicamente, cada uno de mis libros guarda la historia de su supervivencia. Cada uno de ellos logró escapar del fuego, del agua, del paso del tiempo y de la mano del censor, para contarme su historia. Hace unos años, en un puesto del mercado de pulgas de Berlín, encontré un delgado libro negro encuadernado con tapas duras de tela, sin ningún tipo de leyenda. La página de portada, en una delicada caligrafía gótica, declaraba que era un Gebet-Ordnung für den Jugendgottesdienst in der üdisschen Gemeinde zu Berlín (Sabbath-Nachmittag), en castellano,
Libro litúrgico del servicio de jóvenes en la comunidad judía de Berlín (Noche de Sabbath). Entre las oraciones se incluye una "para nuestro rey, Guillermo II, Káiser del Reich Alemán". Se trataba de la octava edición, impresa por Julius Gittenfeld en Berlín en 1908, y había sido comprado en la librería de C. Boas Nachf, en el número 69 de
Tal vez suceda que ninguna narrativa es posible sin una víctima dado que, paradójicamente, un protagonista es, en muchos casos, alguien a quien le suceden cosas. Privada de un papel verdaderamente activo, la víctima de todas maneras adquiere una identidad activa a través del discurso. La víctima se convierte en testigo (o lo invoca); la víctima tiene en mente la acción infame o la imprime en la mente de alguien que luego contará la historia. Porque la voz de la víctima es importantísima; el victimario muchas veces intentará silenciar a las víctimas: cortándoles literalmente la lengua, como en el caso de la violada Filomela en Ovidio, o escondiéndolas, como hace el rey con Segismundo en La vida es sueño, o negando su historia, como en El fin de la historia, de Liliana Heker.
En la vida real, las víctimas "desaparecen", se las encierra en un ghetto, se las envía a prisión o a campos de tortura, se les niega credibilidad. Los métodos son los mismos. Sólo cambian las metáforas.Existe cierta justificación para el intento, a través de la creación artística, de recordar a las víctimas, de restablecer su visibilidad, de erigir monumentos conmemorativos literarios que, gracias a un arte inspirado, actúen como pilares de algo que se acerque a la comprensión del sufrimiento de una víctima. Y esto, sin un objetivo visible o explícito: los autores de los libros en mis estantes no pueden haber sabido quién los leería, pero cada una de las historias que relatan anticipa o implica mi existencia, da testimonio de experiencias que todavía no tuvieron lugar.
Cuando los nazis iniciaron su destrucción y saqueo de las bibliotecas judías, el librero a cargo de
LOS LIBROS , UN BLANCO DE LOS NAZIS
El universo (según creían los antiguos cabalistas) no depende de lo que leamos, sino de la posibilidad de que lo leamos. Desde la emblemática quema de libros llevada a cabo en una plaza de Unter en Linden, frente a
Al mismo tiempo, los nazis decidieron salvar algunos libros con fines comerciales y de archivo. En 1938 Alfred Rosenberg, uno de los principales teóricos nazis, propuso que las colecciones judías, inclusive la literatura secular y religiosa, se preservaran en un instituto dedicado al estudio de "la cuestión judía". Dos años más tarde, se inauguró el Institut zur Erforschung der Judenfrage en Francfort del Meno. Para procurar el material necesario, el propio Hitler autorizó a Rosenberg a crear un grupo de trabajo constituido por expertos libreros alemanes para seleccionar los tesoros robados: la notable ERR, "Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg". Entre las colecciones confiscadas que se incorporaron al Instituto estaban las bibliotecas de los seminarios rabínicos de Breslau y Viena, los departamentos Hebreo y Judaico de
En febrero de 1943, el Instituto emitió las siguientes directivas para la selección del material de biblioteca: "todos los escritos que tengan que ver con la historia, cultura y naturaleza del judaísmo, así como los libros escritos por autores judíos en otros idiomas que no sean el hebreo y el yiddish, deben ser enviados a Francfort". Pero "los libros en hebreo o yiddish de fecha reciente, posteriores al año 1800, deben reducirse a pulpa; esto también se aplica a los libros de oraciones, Memorbücher, y a otros trabajos religiosos en idioma alemán". Con respecto a los muchos rollos de
UNA BIBLIOTECA INFANTIL CLANDESTINA
Siete meses después de que fueran pronunciadas estas directivas, en septiembre de 1943, los nazis establecieron un llamado "campo familiar" como una extensión de Auschwitz, en el bosque de abedules de Birkenau, que incluía un bloque separado, el "número 31", construido especialmente para los niños. El objetivo de este bloque era demostrarle al mundo que los judíos deportados al Este no eran asesinados. En realidad, se les permitía vivir seis meses antes de ser enviados al mismo destino que las otras víctimas deportadas.
Finalmente, después de haber cumplido con su propósito propagandístico, el "campo familiar" fue cerrado de manera permanente. Mientras estuvo abierto, el Bloque 31 albergó a 500 niños que convivían con varios "consejeros" y, a pesar de la estricta vigilancia, poseía, sorprendentemente, una biblioteca infantil clandestina. La biblioteca era minúscula: abarcaba ocho libros que incluían una Breve historia del mundo, de .G. Wells, un libro de texto escolar ruso y una prueba de geometría analítica. En una o dos ocasiones, un prisionero de otro campo logró ingresar un nuevo libro de contrabando, de modo que la cantidad de unidades aumentó a nueve o diez.
Por las noches, se guardaban los libros con otros bienes de valor como medicamentos y raciones de comida, en la pequeña habitación del niño de más edad del bloque. Una de las niñas se encargaba de ocultar los libros en un lugar diferente cada vez. . Irónicamente, aquéllos que estaban prohibidos en todo el Reich (los de H.G. Wells, por ejemplo) podían encontrarse en las bibliotecas de los campos de concentración. Ocho o diez libros conformaban la colección física de
Resulta casi imposible imaginar que bajo las condiciones intolerables impuestas por los nazis,
la vida intelectual pudiera continuar.
Una vez le preguntaron al historiador Yitzhak Schipper, que escribió un libro sobre los jázaros mientras era un prisionero del ghetto de Varsovia, cómo hizo su trabajo sin poder sentarse e investigar en archivos apropiados. "Para escribir historia", respondió, "hace falta una cabeza, no un culo". Muchos se hicieron eco de su sentimiento, reemplazando "escribir" por "leer". Había incluso una continuación de las rutinas comunes y cotidianas de la lectura. Saber de esta persistencia del espíritu agudiza el asombro y el horror: que en este tipo de condiciones espeluznantes hombres y mujeres aún siguieran leyendo sobre el Jean Valjean de Hugo y
La lectura y los rituales de la lectura se convirtieron en actos de resistencia: como observó el psicólogo italiano Andrea Devoto, "todo podía considerarse resistencia porque todo estaba prohibido".En el campo de concentración de Bergen-Belsen circulaba entre los prisioneros una copia de La montaña mágica, de Thomas Mann; un niño recordó los minutos que le asignaban para tener el libro en sus manos como "uno de los mejores momentos del día, cuando alguien me lo pasaba. Iba a un rincón para estar tranquilo y luego tenía una hora para leerlo". Un joven lector polaco, recordando los días de miedo y abatimiento, dijo: "El libro era mi mejor amigo, nunca me traicionaba; me reconfortaba en mi desesperación; me decía que no estaba solo".
Es difícil entender cómo los gestos humanos de la vida diaria continuaban aún cuando la vida diaria en sí se había vuelto inhumana; cómo en medio del hambre y la enfermedad, los golpes y la carnicería, hombres y mujeres persisten en rituales civilizados de curiosidad y ternura, inventando estratagemas de supervivencia en pos de un pedacito de algo amado, por un libro rescatado entre miles, un lector entre decenas de miles, por una voz que repetirá hasta el fin de los tiempos las palabras del sirviente de Job. "Y soy el único que escapó sólo para contarles." A lo largo de la historia, la biblioteca del vencedor se erige como un emblema del poder, depositaria de la versión oficial, pero la versión que nos obsesiona es siempre la otra, la voz de las cenizas. La biblioteca de la víctima es la que constantemente formula las preguntas: ¿Cómo es posible? ¿Y qué puede conseguirse con la lectura mientras los libros se consumen entre las llamas?.Mi libro de oraciones pertenece a esa biblioteca cuestionadora. He aquí una respuesta....". (*) Fragmento de “La biblioteca de noche”, ensayo de Alberto Manguel (Editorial Alianza/Norma).Traducción de Claudia Martínez.
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