1996-09-16

19) “CADA LIBRO ES UNA AVENTURA MENTAL “.

¿Qué es una biblioteca? (*)
Gabriela Mistral.
Una biblioteca es un vivero de plantas frutales. Cuando bien se la escoge, cada una de ellas se vuelve un verdadero “árbol de la vida" adonde todos vienen para aprender a razonar y a consumir su bien. Lo mismo que en un vivero, no hay en las bibliotecas plantas iguales aunque las haya semejantes, porque la biblioteca es un mundillo de variedad que no debe cansar nunca. Aquí están los fuertes y los dulces, los cuerdos y los desvariados, los serios y los juguetones, los conformistas y los rebeldes.
Una biblioteca es también un lindo coro de voces, ninguna, de ellas - de la más aguda a la más grave- es igual a la otra, pero hasta las mas contrastadas acaban reconciliándose dentro de nuestra alma, gran reconciliadora.
Lope y Quevedo que se pelearon bastante, aquí estarán tocándose con los codos y nuestro padre el Dante, el desterrado, conversará con sus propios florentinos de los cuales divorció sus huesos.
Hasta puede decirse que una biblioteca se parece, a pesar de su silencio, a un pequeño campo de batalla: las ideas aquí luchan a todo su gusto.
Nosotros, los lectores, solemos entrometernos en la brega sin sangre, pero lo común es que asistamos sin riesgos alguno al espectáculo gratuito y que enciende hasta a los tibios.
Los más acuden a una biblioteca por encontrarse a gentes de su credo o a su clan, pero venimos sin saberlo, a leer a todos y a aprender así algo muy precioso: a escuchar al contrario, a oírlo con generosidad y hasta darle la razón a veces.
Aquí se puede aprender la tolerancia hacia los pensamientos mas contrastados con los nuestros, de lo cual resulta que estos muros forrados de celulosa trabajan sobre nuestros fanatismos y nuestras soberbias, según hacen la lima alisadora el aceite curador.
Pero sucede también, que en ocasiones, tenemos aquí gozosos encuentros, eso pasa cuando nos hallamos con hermanos nuestros que vivieron lo mismo que nosotros vivimos y que se nos parecen como la gota a la gota de agua.
Por parecérsenos, ellos nos dan todo gusto y después de haberles oído volveremos confortados a nuestras casas y nunca más nos sentiremos huérfanos.
Una biblioteca es también el barco de Simbad el marino o la mula de los marco Polo, o el asno de Sancho; cada libro bien mirado, es una aventura mental, que a veces por lo vívida llega a parecer física.
¡Qué fiesta¡ Vamos atravesando sierras, desiertos, cordilleras o mares frenéticos. Bastan unas pizcas de imaginación o de mera buena voluntad para hacer el viaje de bracete con el andador o jinete, y esto es llevar compañía grande, pues, hasta el Lazarillo de Tormes y el Periquilo Samiento son personas de toda calidad, aunque vayan despeinados y en harapos.

La biblioteca, “cosa viva”
Una biblioteca en ciudad pequeña puede volverse, mejor que en ninguna parte, corro familiar de niños lectores o auditores y frecuente tertulia de adultos. Ella puede salvar a los hombres de la cantina maloliente y librar a los chiquitos de la jugarreta en la vía publica.
Pero el arte del bibliotecario es difícil: él tiene que crear el convivio de sus lectores en torno a unos anaqueles severos y fríos y el nuevo hábito le costará bastante, hasta que quede plantado sobre la piedra de la costumbre vieja, que ya es muy terca.
Para llegar a esto, la biblioteca de la provincia ha de volverse “cosa viva” como el brasero de nuestros abuelos que llamaba a la familia con sus brillos y su oleada de calor.
La vida en las poblaciones pequeñas es un poco laxa, apática y mortecina.
Los centros creadores de calor humano son en estos pueblos la escuela, los templos, la biblioteca. Si todos ellos colaborasen, no habría poblaciones indiferentes y sosas. Es preciso que el bibliotecario luche con la desabrida persona que se llama indiferencia popular.

Abrir el apetito del lector
Son el bibliotecario o la bibliotecaria quienes irán creando la tertulia de los vecinos de esta sala; ellos darán reseña excitante sobre el libro desconocido; ellos abrirán la apetencia del lector reacio, leyendo las páginas más tónicas de la obra con gesto parecido al de quien hace aspirar una gruta de otro clima, hasta que el desconfiado da la primera mordida.
A las frutas se parecen por ej. los libros de poesía: vuestro López Velarde vale por un tendal de fresas y Díaz Mirón por una granada recia y fina.
A veces sin leer ningún texto, una biografía corta y movida, despereza la curiosidad del lector hacia el autor remoto o el libro duro de majar.
Las bibliotecas que yo mas quiero son las provinciales, porque fui niña de aldea y en ellas me viví juntas a la hambruna y a la avidez de libros. Por esto mismo leo con la avidez de todos aquellos que llegaron tarde a sentarse a la mesa y por eso comen y beben desaforadamente”.
(*) Palabras pronunciadas en la inauguración de una biblioteca popular de provincia, México, 10/05/1950).